lunes, 8 de julio de 2013

LAS CUARENTA

Un narrador amigo, 
cultor de las guitarras
a lo Fripp (ese inglés 
que lidia con el caos 
metronómicamente), 
al ver que todavía 
permito que me corran
con roncas utopías
y reclamos eternos
los últimos reductos
de la Izquierda, coloca 
en sus mails argumentos 
irrefutables (ha 
escuchado lo mío 
y desde ahí me escribe) 
con los que me señala 
que no soy yo al torear, 
al salivar. El punto 
que me marca no tiene 
nada que ver con que
no tendría que hablar, 
en los poemas, de
la maldita política,
sino que insistiría 
en adherir, borrego,
a una Verdad omnímoda 
e inverosímil a estas 
alturas de la vida:
gran fantasma que sigue 
fustigando, apurando: 
la vanguardia rebelde,
juvenil, explosiva
y vehemente a que 
no dejo de adherir
medrosamente, cruel
moral de pertenencia. 
¿Qué le puedo decir 
a ese que me conoce? 
Todo depende apenas 
del famoso parate:
si me viera las canas 
en el espejo... Si
dejara que la edad, 
podando, mejorando, 
se metiese también 
con mis ideas, vagas,
adolescentes... (¡Oh!
¡Ya rondo los cuarenta!)

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