¿Y el país? ¿Se lo ve
desde mi casa? ¿No es,
como quien dice, presa
reservada a la tele,
a la radio? ¿No baila
en Facebook como flyer
--cool o choto: barato--?
¿No es emoción pedorra,
regurgitable? ¿Le
debo versos? Me asomo
a la noche del patio
para fumar un pucho,
para andar bajo el frío
del invierno. Con pan
y sin trabajo pago,
siento que no hay país;
que esto es un laberinto
con fronteras más grandes
y más chicas. Y pienso
que durar sin chistar
por deporte no es cosa
objetable... "Qom, qom",
golpea en la mitad
del poema, "qom, qom",
el parche del cultrum.
Como si, más allá
de la farsa en que estamos,
algo dijera: "hay sangre
derramada acá cerca:
en el país", por más
que en mi casa se escuche
tan sólo un colectivo
que pasa. Como si
la pregunta trajera
un golpe sordo --"qom"--
que en la noche restalla:
más allá de esta muelle
duración descreída.
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