A quién le importan, pues,
versos de resentido,
ni palabras iguales
a cruzas que fracasan.
Yo conozco la soga
que endulza el corazón,
y finjo mansedumbre
ante los rostros vagos.
Y finjo, comedido,
claridades o mudas,
y quizás hasta creo
que un ángel toma nota.
Pero el alma reniega
de repente de sus
pretensiones imberbes
y zumba entre las abras.
A quién, a quién le importan
mis palabras o pinches
y mi mente que niega
cuerpos bajo el dolor.
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