¿Por qué renunciaría
a tus manos, a sus
ricos dones, que colman
de alegría mis tardes?
Y sin embargo, huero
me siento, y me imagino
alejándome de
las calles y los hombres.
Un mal momento, amor,
un temblor insidioso:
ya me veo enclaustrando
nuevamente este cuerpo.
¿Razones? No las hay.
A no ser un penoso
desasosiego, un turbio
humor, y oscuro, y arde.
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