Y de nuevo las almas del solar entimema
se parapetan contra las caricias del ángel,
y una lívida niebla sin formas, que decrece,
medita los temblores de la salvaje ley.
Muerta de inanición entre chuscos idiomas,
la calavera calva, presbicie y testamento,
aletea, silente como mono que aullase,
la terca cantilena que conduce al amor.
El decoro y los nombres, acusados por sombras,
estiran la clemencia que el embuste digiere,
y se unen al espectro de un álamo salaz.
El decoro, presea que uno otorga a la lágrima,
y los nombres, negados por un juez del Oriente,
tundidos en la lluvia recelan del saber.
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