Océanos perlados y diademas del aire
escrutan los tejidos de tu memoria vil;
y la duda, que ataca como atacan las horas
el lecho de mi niño, resplandece de pronto.
Nunca comprenderías a la fétida joven
que en el osario teucro rugió por el estupro;
tampoco, entre murallas, negarías la afrenta
que sufrió de Occidente la negra marejada.
Océanos, y el culmen de los tres estampidos
--y vasijas en ciernes, y el mito de los odres--;
nunca enardecerías a la nuera del fulcro
ni te retirarías entre pieles y cellos.
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