El loco confecciona
textos cuya sintaxis
produce un simulacro
de coherencia. No
dice nada, no busca
decir nada. Como un
caleidoscopio son
las palabras que agrupa
--alternancia y contraste--,
su modo de gozar.
Goce especializado
en una verba absurda
y funcional: atrás
quedó la depresión,
y, como ya no hay nada
que decir, se entretiene
con ese hacer maquínico,
que mucho se parece
al de los académicos.
¿O es que en el fondo cree
que él también lo es, y está,
previsor, acopiando
--Jardín de las Delicias--
curiosidades varias
para cuando los doctos
lo rescaten, lo estudien?
El loco se sorprende:
la falta de sentido,
y encima bien llevada,
es como un ciego que
vegetara, postrado,
y con guita, y feliz.
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