Los escrutamos, con
creciente equidistancia
y luego hastío, desde
la más temprana edad
hasta que, por palparlos
alguna vez de fuego,
y después es más fácil,
y cada vez peor,
concluimos --¡y es como
renegar de los dioses!--
que los libros en nada
nos afectan. Es otra
ahora la aventura:
nuestra impía mirada
los disecciona. Yo
que inapelable falla
porque piensa que asiste
a una gresca "importante";
sólo por ser nosotros
los que la provocamos.
Amaestrada bestia.
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