jueves, 6 de diciembre de 2012

OTRO VERANO Y ÉSTE

Increíble. Si pienso en esa noche
de lluvia en que entreví
la verdad de los cuerpos al mirar
aquella lluvia que,
potente, se volcaba sobre las
carnosas hojas tras
el vidrio, tras la reja repujada,
al cabo de los años
y de una suerte inteligente y ciega
que atrás dejó los nombres
de aquellos seres negros que querían
que negara sin más
la brisa, me doy cuenta de que nada
de lo que ahora tengo
me faltó nunca. Cuánto se engañó
mi corazón con fuentes
retorcidas, perversas; cuánto encuentro
de lo de siempre en vos,
amor, en tu palabra y en tu risa,
e incluso en los desplantes
intempestivos, aguerridos, altos
de tanto orgullo tuyo,
respiración que canta. Reconozco
caricias y destellos
reveladores de la más ociosa
infancia que, latente
aun en nuestros rostros de crecidos,
aflora como un fuego,
como sonrientes llamas que se besan,
o más bien como imanes
que, separados, se buscaban desde
la lejanía. O como
lo que jamás podremos olvidar:
el amor a la vida,
nacido de una noche de verano,
de la lluvia, lo verde,
y ahora constatar que curioseabas,
de algún modo, detrás
de esos cristales, duende, aquellos ojos
que luego te supieron.

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