Marca el grillo las dos
de la mañana. Escucho
pasar, uno detrás
del otro, allá en la calle,
los autos y me digo
que hay una pausa en que
las palabras reposan
para empezar a andar
de nuevo, cuando el mundo,
después de que dormimos,
vuelve a mandar. Escucho
sonidos impasibles
que quizás hablan pero
que sobre todo ondulan,
escucho el rumoroso,
persistente latir
de estas cosas en calma;
pero escribo. ¿Tendría,
entonces, que dejar
que mi mente se extrañe
en la neblina/pulso
de materia sonora
que apenas entreveo
y recién anotar?
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