(Paule Constant: Confidence pour confidence.)
El insomnio retuerce
tus coyunturas. Una
viejarda te apuró
desde el saber/poder
y emprendiste la huida
luego de balbucear
una respuesta idiota.
Ahora repasás
el "diálogo": el severo
apronte, el tartajeo,
la veloz retirada
y el canijo final
(niño impotencia). Cómo
no haber contraatacado
altivamente. Insomnio.
La cosa, en los que escriben
queriendo ser oídos
por sus contemporáneos,
es atender al modo
en que el rock interpela
al mundo: reluctante,
henchido de sabor.
Porque el rock canaliza
energía y hormonas
reduciendo, está claro,
la técnica al alcance
del común de la gente.
¿Querés fama? Aprendé,
a lo pseudo Stravinski,
de esa fuerza de choque
y volcala a tus cosas.
Parrhesía impagable.
Las páginas. El texto. La ficción.
Significantes lisos:
al modo en que la arena prefigura
minuciosos escorzos
y fugitivos, ronca pleamar
en que el sentido impera
por un momento para luego hundirse
o renovarse. Tablas
que la premura de la letra aferra,
birlibirloques que
miles de ilusionistas diseñaron
a la deriva de un
sordo estupor. Y el lector, que, avizor,
sobrevuela moroso
los restos del naufragio, que se salvan
al abrir el volumen.
Giran las cosas, tristes,
en una luz perlada.
El corazón, herido
por la desgracia, surte.
Vas del silencio al planto
de una mirada virgen.
Vas del silencio al joven
que peroró sin frenos.